No todos los seres humanos pueden considerarse destructores del planeta en que subsisten, porque
dentro de este grupo de seres humanos, existen unos pocos quienes son los principales actores
culpables de la degradación del hábitat natural: las élites economicistas que se refugian en países
que autodenominan desarrollados.
Estas mismas elites poseen instrumentos económicos que
sustentan el poder del modelo capitalista a nivel mundial: las grandes empresas e industrias de
capital transnacional, capaces de producir riquezas superiores al Producto Interno Bruto (PIB) de
cualquier país pobre de Asia, África o América Latina.
Es por causa de este modelo económico de
producción conocido como capitalismo, el cual se desarrolló a finales del Siglo XVIII, que hoy en día,
la protección y sostenimiento del medio ambiente se ha vuelto un tema de “negociación” en reuniones
suntuosas que denominan Cumbre de la Tierra (1992) y Cumbre de Río+20 celebrada en Brasil del 20
al 22 de junio del 2012.
Mientras tanto, la temperatura global del planeta sigue aumentando como resultado de la combustión
de hidrocarburos, consumo de energía eléctrica, emisión de aerosoles, y principalmente por el humo
contaminante que emiten las grandes industrias del mundo, los cuales forman una densa capa de
dióxido de carbono en la atmósfera y no permite que el calor provocado por los rayos del sol, salga de
la tierra, convirtiendo al globo terrestre en un inmenso invernadero que guarda el calor.
De continuar
con este nivel de calentamiento en el próximo medio siglo, se verán afectadas principalmente las
regiones de África, Asia y América Latina.
Pero el aumento de la temperatura no es el único problema que amenaza la existencia de la
humanidad en la tierra, pues existen otros temas como la degradación ambiental que es causada por
el irracional manejo de los recursos naturales, deforestación, destrucción y contaminación de los
ecosistemas por el avance industrial, contaminación y reducción del agua potable, base para el
sostenimiento de la vida.
Todo esto sumado a la incapacidad de los países industrialmente
avanzados por equilibrar el patrón de consumo y producción, que al mismo tiempo es causa del
sistema económico desordenado, globalizante y explotador de los recursos naturales.
Sin embargo, el problema de la degradación ambiental no hasido prioridad para muchos Estados, ni
mucho menos para la mayoría de los propietarios de industrias transnacionales que extraen los
recursos vitales del planeta. Los recursos naturales que posee la humanidad para subsistir en los
próximos milenios son escasos, ya lo mencionó el mandatario de Cuba, Raúl Castro, en su discurso
en la Cumbre de Río de Janeiro, “las especies se extinguen a una velocidad cien veces más rápida
que las indicadas en los registros fósiles; más de cinco millones de hectáreas de bosques se pierden
cada año y cerca del 60 por ciento de los ecosistemas están degradados; y las emisiones de dióxido
de carbono se han incrementado un 38% desde el año 1990 hasta el 2009”.
Sobre estos fenómenos que amenazan la vida de los más de 7.000 millones de habitantes del
planeta, 190 Estados miembros de la Organización de Naciones Unidas (ONU) intentaron llegar a un
acuerdo en la Cumbre de Río+20, la cual es una continuación de la Cumbre de la Tierra del año 1992.
Los resultados fueron extensas negociaciones entre los expertos, como si el denominado “futuro que
todos queremos” se tratara de un negocio. Por ello, la sociedad civil, incluidos las razas originarias de
América, reunidas en el Foro de los Pueblos (paralelo a la Cumbre Río+20), manifestaron su
descontento frente a los “acuerdos consensados” en Río de Janeiro, Brasil, argumentando que el
documento final no tiene claros los objetivos, ni las formas de acciones de financiación a los
programas para lograr el desarrollo sostenible. “Lo que necesitamos es un manual para salvar el
mundo, no páginas sin contenido”, denunció el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF según siglas
en ingles).
¿Es entonces esta Cumbre sobre el medio ambiente y el desarrollo sostenible, un éxito o un fracaso
por encontrar una solución a la protección del planeta?
La respuesta está reflejada en la realidad. La
negociación final no cuenta con el fondo de 30.000 millones de dólares reclamado por los países en
desarrollo para adaptarse a la nueva economía y la creación de una suprema Agencia mundial del
medio ambiente bajo la égida de la ONU, solicitada por Europa y opuesta por Brasil y Estados
Unidos. De ser así, el documento final puede ser una magnífica redacción literaria, pero esta poco
concreto en cuanto a acciones eficientes para salvar al planeta, promover el desarrollo humano
sostenible y no convertir a la naturaleza en una mercadería más del sistema capitalista mercantil que
depreda el hábitat donde todos vivimos.
El futuro del planeta no debería ser un negocio por una cuantía de capitales a ganar o perder. Pues los
más afectados de estas decisiones serán los pueblos del mundo, quienes debemos tomar más
protagonismo en estos temas de interés mundial y defender el derecho a la reivindicación social.
Nuestros pueblos indígenas ya están defendiendo a la Pachamama (Madre Tierra). Así lo expresó el
líder indígena huaorani Moi Enomenga: “vamos a seguir trabajando para fortalecer nuestras culturas y
resistir la explotación de nuestros territorios, tenemos un mensaje muy claro. Dejen todo bajo la tierra”
(Diario Co Latino, suplemento Ecológico, jueves 14 de julio de 2012).
La sociedad civil a nivel nacional e internacional debe organizarse para defender el futuro que todos
merecemos, es un trabajo que involucrará a muchos actores, y los gobiernos deben responder con
prioridad al pueblo, no a las grandes compañías transnacionales que explotan los recursos de la
tierra. El Salvador no es la excepción a este problema, el río Lempa es un recurso acuífero a proteger,
debe de evitarse la minería metálica y la deforestación, disminuir los niveles de dióxido de carbono
que se emiten cada año y crear políticas públicas eficientes que coadyuven a la protección y rescate
del medio ambiente, así como a la prevención por desastres naturales.
El planeta tierra no pertenece a nadie, pero debemos cuidarlo como nuestro, porque se nos ha
permitido vivir en éste por unos cuantos años, aunque no todos pueden oír la voz que llega de la
Madre Tierra. Los pueblos originarios de América nos invitan a un futuro más brillante, basado en los
valores y principios indígenas del “buen vivir”, opuesto a la idea sistémica consumista de “vivir mejor”.
Miembro de la Asamblea General Universitaria, AGU
No hay comentarios:
Publicar un comentario